lunes, 11 de febrero de 2008

Ole Pig.

El tren se levantó desde las pistolas grandes de Ole Pig. Otro asalto para la Pelvis Díscola de Río Bravo. No tiraba muy bien; lo suficiente para mantener con dignidad una carrera de diez años como asaltante de caminos.
Lo que afianzaba el terror de los ciudadanos constituídos era la fama de Ole Pig entre las mujeres de bien. Su cabeza tenía precio, claro, pero la de su entrepierna se hacía invaluable en los corrillos estamentales y en las sábanas limpias de todo el oeste.
Ole Pig sumaba las contradicciones de su instinto salvaje implacable armado en una niñez campesina cerca de las reservas, durante la conquista del desierto, a una educación sexual temprana y azarosa entre damas refinadas del Este, a quienes protegió con todas sus pistolas durante su primera adolescencia, de la que tuvo que salir disparando hasta Virginia, perseguido por una manada de cornudos que le buscaban tumba.Poco más se sabe de él; anduvo entre hongos en el desierto mexicano durante dos estaciones, atemperando su popularidad. Esos meses le dieron cierta lucidez en la aplicación de sus partes. Pero no sirvió de nada.
Artem Murchison lo ultimó con una espuela, mientras montaba a su esposa. Ole a la esposa de Artem, vislumbra la historia.

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